N° 37 septiembre - octubre 2005
 
 
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Por Julio Pazos B.
Ilustración: Esteban Garcés

Champús


Quienes gusten de las ferias populares o se aproximen a los mercados de pueblos y ciudades de la Sierra ecuatoriana pueden encontrar los puestos del champús. Sobre una mesa cubierta con mantel de color indefinido, señorean un balde de hierro enlozado y media docena de vasos de cristal. En el balde reposa el champús. Una vendedora, en ocasiones cubierta con delantal blanco y tocada con cofia blanca, solo en ocasiones o por exigencia municipal, anuncia el producto. Este es un puesto e champús.

El origen de esta mazamorra se remonta al tiempo del incario, aunque en esa cultura pudo ser una mezcla cocinada de harina de maíz aderezada con yaguarmishqui y con algunas frutas nativas como naraiijilla, chamburo o babaco. Pudo ser, porque una noticia proveniente de Lima, recogida por una famosa historiadora de la cocina, atribuye el champús a intervención africana, puesto que en esa ciudad y en el período virreinal existió una calle con tiendas que ofrecían champús elaborado por negras esclavas o libertas. Los africanos adaptaron el maíz a su cocina. Pero otra noticia trae un sacerdote cronista de la ciudad de México, en esa noticia se menciona el champús como parte de la cocina de los aztecas. Hasta cuando el origen del champús siga perdido entre las nubes del pasado, no queda otra cosa que pensarlo como alimento, en la actualidad, sincrético.

Con ver qué contiene el champús y saber cómo se lo hace se llegará a la idea del sincretismo andino. Ingredientes: harina de maíz blanco, mote pelado, raspadura, canela, clavo de olor, ishpingo (flor de la canela), hoja de naranjo, naranjilla, babaco... Procedimiento: fermentar la harina con agua en un pondo curado —tres o cuatro días es suficiente—; cernir la preparación anterior y cocinar con raspadura o miel de caña; añadir las especias, incluso el ishpingo, jugo de naranjilla y cascos de naranjilla sin corteza y sin semillas, babaco picado y hojas de naranjo; agregar el mote pelado. De lo español constan la raspadura, el clavo de olor, las hojas de naranjo. Se sirve frío.

Presumo que las monjas de los claustros, criollas todas ellas, inventaron el rosero para establecer la diferencia con el popular champús. Hoy en día, las dos formas de alimento para celebrar la fiesta de Corpus se encuentran en franca declinación. Pero lo que importa es el sabor y la oportunidad. En cierto pueblo el champús se convirtió en apodo, desde la tatarabuela hasta los tataranietos fueron, sencillamente, los champuseros.



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