N° 35 mayo - junio 2005
ÚLTIMO NÚMERO

contenido
SECCIONES

inicio
archivo
suscripción
quiénes somos
segmentos fijos
índice temático



PUBLICIDAD

nuestro perfil
¿quién nos lee?

nuestros precios



CLUB DE
SUSCRIPTORES

suscripción
museos socios


CONTÁCTANOS

 

 


Por Julio Pazos B.
Ilustración: Esteban Garcés

Quimbolitos


El quimbolito es primo hermano de la humita, del chigüil, de la arepa de Patate y del tamal. Es primo segundo del ayampaco, del bollo de maduro, del maito y de la tonga. La etimología de su nombre es desconocida. Sin embargo, su presencia en las cocinas del Ecuador es inconfundible. Su fama ha superado los límites y de esta verdad da testimonio la historiadora de la cocina peruana Rosario Olivas Waston, en su Historia de la cocina Virreinal del Perú. Según ella, es una masa que mezcla maicena y harina de Castilla, envuelta en hoja de achira y cocinada al vapor.

Parece ser que en el siglo XIX, la masa se llamaba “de quimbolito” y con ella se hacían tortas de horno. Esta noticia trae un recetario, quizá el primero que se publicó en el Ecuador, escrito por Juan Pablo Sanz. En la actualidad es, sencillamente, un envuelto en hoja de achira y cocido al vapor.

Como toda hechura humana, su ser en sí es motivo de divergencias, más todavía si es una labor que se realiza en un país agitado por los malos vientos de la inconstitucionalidad. Para algunos el quimbolito se hace solo con harina de maíz; otros dicen que deben mezclarse harina de maíz y de trigo, para evitar la textura carrasposa que al rato de comer molesta en el guargüero. Por fin, hay quienes, embobados por las fotografías de pasteles y panes que los muestran hinchados y dorados, piensan que el quimbolito debe semejar una gorda y amarillenta paloma que busque salir de entre los pliegues de la hoja de achira. Con tal propósito, agregan a la masa mucha cantidad de polvo de hornear y otras substancias. Se oyó, por ahí, que el secreto de la hinchazón radica en el fuerte brazo de una cocinera o cocinero que, se entiende, supere la energía de las actuales batidoras. Como fuere, se encuentra quimbolito de esta laya que es deshonra de su raza.

Para remediar esta última situación conviene insertar, en este punto, la receta de una exigente abuela. Ella decía que las medidas eran las siguientes: un huevo, una onza de harina de maíz crudo dos veces cernida, una onza de mantequilla, una onza de queso tierno sin sal, unas cuantas pasas, gotas de vainilla o de algún licor, una cucharadita de polvo de hornear. La clara del huevo debía batirse a punto de nieve para agregar a la masa, minutos antes de envolverla con la hoja de achira. La hoja iba muy limpia, con el nervio rebanado o aplastado con una botella. Este quimbolito no salía muy alto, pero sí delicioso. No se abombaba como esos de combate, sino que era delicado, terso, muy similar a la caricia de un ángel.

Las ollas tamaleras abreviaron el trabajo de cocer al vapor. Quien las imaginó debió ser un goloso caminante de las rutas del Ecuador, soleadas, arrimadas a los cholanes, valientes entre los nevados y sin la molesta presencia de los diputados, porque ellos viajan en avión.



inicio
- archivo - suscripción


índice de allimicuna