N° 30 julio - agosto 2004
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Por Julio Pazos B.
Ilustración: Pancho Cordovez

Queso Amasado


No se encuentra en otros lugares de los Andes esta modalidad de queso, sino en San Gabriel, ciudad declarada patrimonio nacional, situada en la alta meseta de la provincia de Carchi. Como muchos patrimonios, el queso amasado es un producto artesanal y su historia comienza con la presencia de las vacas. Estos animales llegaron primero a Lima, cabeza del virreinato, a mediados del siglo XVI. De quien los trajo y cuando no tenemos memoria, mas, debieron llegar cuando Fray Jodoco Rique todavía se encontraba en Quito, puesto que se dice que él enseñó a los indios a labrar la tierra con ayuda de bueyes y arado. Se ha de suponer que donde hay toros hay vacas. Dicho sea, de paso, que los cronistas españoles ponderaban la aptitud de la tierra para los pastos y toda clase de vegetales traídos de España.

Quienes se llegan por las tierras de San Gabriel observarán un paisaje de páramo adornado con verdes sembríos de habas, papas y mellocos. Es decir, se combinan grises y pardos con las diversas tonalidades del verde, todo bajo un cielo azul plateado.

No le extrañe al viajero que va hacia Colombia ver en las casas de San Gabriel y de los otros pueblos, los letreros que dicen: “Se vende queso amasado” La advertencia va para los que van y los que vienen, porque Carchi es la provincia andina fronteriza con el país del Norte.

Compiten en esos lugares los sembríos de papas con los pastos para el ganado vacuno. Papas y leche se producen en gran cantidad, aunque no desmerecen los mellocos, los mismos que en otros países se denominan también ollucos.

Vamos entonces al queso amasado. Se comienza con leche entera, ligeramente tibia, a la que añaden el cuajo; este viene en pastillas y la cantidad que se utiliza va de acuerdo con la cantidad de leche. En grandes recipiente reposa la cuajada, durante un tiempo que solo saben quienes se dedican a esta labor. Luego acomodan la cuajada en artefactos de madera que tienen el fondo de metal perforado, para que por las perforaciones se destile el suero. La cuajada se torna densa; el tiempo que se debe esperar es un misterio. Echan sobre el quesillo buenas cantidades de sal refinada. Viene luego la segunda parte del proceso. En molino manual, de esos que ostentan la marca “Corona”, graduado con prolijidad para no perjudicar a la textura, muelen el queso. El resultado se coloca en moldes redondos de madera con asiento perforado. Se presiona el queso hasta que despida todo el suero. Terminada la operación, los quesos se enfundan y se ofrecen al consumidor.

Su sabor tiende a la sal y su textura es granulosa. Comerlo solo no es recomendable, debe acompañar a los alimentos de sabor neutro o suave. Estos pueden ser las papas cocidas con su cáscara, papas mondadas y cocidas, mote pelado, habas tiernas, mellocos lavados y cocidos; aunque este queso amasado se arrima bien al choclo cocido, su sal condimenta el sabor dulzón del maíz tierno. El queso amasado se lleva bien con el pan artesanal de harina refinada, harina integral o con manteca. Pan, queso amasado y café hervido o filtrado en chuspa pueden ser los piscolabis de los vecinos de esos pueblos y de los viajeros que quieran contrarrestar el frío. No es muy amargo ese café, pero como en todas partes, el paladar deberá adaptarse a la combinación.

El queso amasado no existe ni en Perú ni en Colombia. Viene a ser como aquellos signos que identifican a la gente, verbigracia, la Virgen de Legarda o de Quito, las islas Galápagos, las pequeñas Valdivias bifrontes, el cebiche de concha prieta, la fanesca…



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