En
las ciudades serranas del Ecuador, a partir
de las once de la mañana, las vendedoras
de mote y tostado comienzan sus largos recorridos
por aceras, plazas y mercados. Se sitúan
delante de las oficinas del registro civil,
del seguro social, escuelas y colegios, oficinas
para las inscripciones militares, iglesias,
estadios, y toda suerte de lugares públicos.
Muchas de estas vendedoras son jóvenes
mujeres indias que han suprimido parcialmente
sus indumentarias tradicionales, pero que
no se han desprendido de sus collares de mullos
dorados, de sus pulseras de mullos rojos y
de sus cintas verdes.
En canastos de carrizo, forrados con papel
de empaque, transportan su mercancía.
Se dan modos para que parezcan canastos rebosantes,
aunque es solo una ilusión. En otro
canasto, de menor tamaño, llevan bolsitas
de plástico para el expendio, un frasco
con ají y otro con sal.
El mote puede ser de dos clases: pelado y
en estado de choclo. El maíz tostado
es siempre el de manteca, aliñado con
cebolla, ajo y sal. Muy blando debido al secreto
procedimiento de elaboración. Se dice
que este maíz debe ir ligeramente húmedo
a la paila y que se lo dora lentamente. La
variedad denominada chulpi es la preferida
por los consumidores.
Algunas vendedoras extienden su negocio a
las papas criollas con cáscara y al
chicharrón menudo. Otras añaden
alverjas cocinadas, zanahoria amarilla cocida
y picada. Si al conjunto agregan picadura
de perejil con cebolla blanca, entonces se
dice que son vendedoras de “cosas finas”.
Los consumidores, gente sencilla y hasta de
corbata, no se avergüenzan de comer en
la calle. No faltaba más. En lejanos
países también se come en la
calle, desde pipas de girasol, almendras garrapiñadas,
hasta perros calientes. Pues sí, la
competencia de las vendedoras de mote con
tostado es el carrito del perro caliente y
la indefinible hamburguesa.
Pero el azote de las vendedoras es la comisaría
municipal. Para el comisario y sus prolongaciones,
los policías municipales, estas vendedoras
son los fantasmas de sus sueños. Es
una guerra. Aunque ellas se ocultan oportunamente
ellos las cazan. Aparece el camión
denominado “carcelera”, saltan
de él los uniformados y confiscan los
canastos. Se producen los reclamos, surge
la fuerza bruta. Consumidores hay que solidarios
con las vendedoras denuncian la presencia
de la “carcelera”; ellas, entonces
entran a los zaguanes y esperan que pase la
amenaza. Mas, cuando todo ocurre de pronto,
los consumidores apoyan a las vendedoras y
lanzan improperios contra los policías
municipales. Dicen cosas como estas: “Si
yo vi al comisario comiendo ‘cosas finas’
en el estadio del Pobre Diablo”,“Infames”,
“Como ellos ganan sueldo”, “Infelices”.
Los funcionarios no responden, recogen los
canastos y en ocasiones apresan a sus dueñas.
¿Adónde va la “carcelera”?
Se dice que a unos oscuros recintos, a unas
frías dependencias, al laberinto de
unas colmadas oficinas intemporales.
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