En los mercados públicos y en torno
a ellos se venden frescos: en el interior
de los mercados durante toda la semana y en
sus alrededores en los días de feria
y en los festivos. Hileras de frascos gigantes
resplandecen en altos mostradores. Detrás
de ellos una mujer robusta con delantal y
sombrero blancos promociona, a viva voz, los
frescos. En las festividades, cuando ríos
de gente se queman con el sol en el cenit,
las fresqueras ambulantes no se alcanzan con
el negocio. Su grito aflautado es “frescu”,
o si no un alargado “frescuuu”,
o tal vez una serie apremiante de “frescu”,
“frescu”, “frescu”…
No se diga que estos negocios funcionan a
la buena de Dios, ni que la higiene municipal
los tiene en el olvido. Se ven rótulos
como estos: “Jugos con agua hervida”,
enunciado que más que una advertencia
es el comienzo de un misterio y, por cierto,
que a nadie se le ocurra insinuar siquiera
el asunto del agua no vaya a recibir un rotundo:
“Ni en su casa le han de dar el jugo
en agua hervida”. De modo que es preferible
no aventurarse con preguntas o pesquisas imprudentes.
La variedad de zumos es, en general, la misma.
En esto no se diferencian ciudades ni pequeños
poblados. A la lista de jugos de naranjilla,
mora, piña, tomate de árbol
se suman el de badea, en la provincia de Manabí,
y el de coco. Este último licuado y
enriquecido con esencia de coco. Se enfrían
los jugos con grandes trozos de hielo, mas,
si se gana en frescura es posible que por
el aumento de agua los sabores inolvidables
de las frutas se adelgacen hasta convertirse
en vagos recuerdos. También este asunto
es delicado y no admite comentarios a la hora
de beber estos zumos.
Pero no solo se ofrecen estas delicias. Hay
lugares que ofrecen chicha de avena y hasta
chicha de morocho. Hay ofertas de jugo de
alfalfa, buenos para clientes anémicos
y en general para los abúlicos, es
decir para esos que no tienen gusto por nada.
A éstos les suministran jugo de alfalfa
con huevo. En el mismo sentido, se prepara
malta con huevo, bebida muy eficaz que se
recomienda a las madres que producen poca
leche.
Pero fresqueras y fresqueros ambulantes suelen
ser muy descuidados con sus baldes. Los dejan
en cualquier lugar mientras van a cobrar alguna
deuda. A una amiga le ocurrió lo siguiente:
cierta fresquera dejó un balde en la
calzada, junto a la acera. Mi amiga, que buscaba
el micromercado “La bola de oro”,
situado en la parroquia de Santa Clara de
San Millán, algo distraída,
digo, en ese momento, dio un paso y exactamente
introdujo el pie en el balde. Sorprendióse
mi amiga, pero más todavía cuando
la dueña del fresco inició el
reclamo, digo, el alboroto. La perjudicada
decía: “ya botó jodiendo
el fresco y con lo cara que está la
naranjilla”. Mi amiga, que no podía
sacar el pie del balde, trataba de calmarla
mientras abría el monedero y se le
caían los paquetes de caramelos y los
frascos de aceitunas.