N° 14 septiembre de 2001
 
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Por Julio Pazos B.
Ilustración: Pancho Cordovez

Caldo de pata

Comerciantes, peregrinos, gente que no pudo continuar el viaje por imprevisto deslave o por un paro anunciado con mucha anticipación o por una competencia local, que se toma la carretera con el consentimiento de la policía, es decir, cualquier clase de viajero, encontrará, en el frío amanecer y como se dice, en la primera fonda, kiosko o puesto, el caldo de pata.

En los mercados se amontonan, listas, las patas de res. Se la selecciona de acuerdo con el saber de quien solicite el artículo. Viene chamuscada y en ocasiones tajada. En el primer caso conviene lavarla con una estopa de alambre hasta dejar el cuero blanco y libre de membranas duras y quemadas. Luego se procede a tajarla con una hacha.

Para garantizar la calidad del producto es necesario utilizar abundante agua y una brasa constante. La clave es la duración de la cocción: a más tiempo más substancia. Por esta razón el caldo de pata es tempranero.

Cuando al pellizcar la pata, se desprende un trozo, entonces ha llegado el momento de sazonar. Acostumbran disolver cierta cantidad de manteca de cerdo pintada con achiote; añaden cebolla blanca o larga picada en fragmentos de dos centímetros, algunos dientes de ajo machacados, sal y maní molido y remojado con leche. Este refrito va a la olla. El caldo quedaría incompleto si no se le agregara mote pelado y orégano seco. Como se lee en viejos recetarios, la vianda está lista.

Digan lo que dijeren sabios nutricionistas, la verdad es ésta: el caldo de pata devuelve el calor al cuerpo, ahuyenta la pesadez de los párpados y mitiga la sorna que produce la espera obligada.

Pero andan mal los que denominan a este caldo –del latín caldus, que significa caliente– mondongo. El caldo de mondongo o mondejo es la vianda que resulta de cocinar la entrañas del animal. Andan mal también aquellos que confunden mondongo con cabeza. Se deja a los exigentes la discusión que provoca el definir si la calidad del caldo depende de haber seleccionado las patas traseras de la res.

En los mercados, las vendedoras especializadas en el ramo distinguen entre patas traseras o delanteras, a estas últimas las nombran manos, por esa inveterada costumbre de asimilar todo al porte y figura del ser humano.

Otros, en cambio, opinan que en lugar de maní se debe añadir semilla de sambo triturada con leche. Dejemos estas quisicosas y vayamos a la enjundia: el buen caldo de pata es de tradición y por el mote y el achiote es un caldo muy andino.


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